Criar en dos mundos – cómo acompañar a los hijos cuando los valores parentales son opuestos.

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Written By Eric Ramirez

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Una noche cualquiera, al leer un cuento antes de dormir, observé cómo una pequeña cabecita se acomodaba en mi hombro con total confianza. Sus ojos seguían cada ilustración con atención, mientras su cuerpo buscaba la seguridad del contacto. Ese momento simple, pero profundamente humano, me recordó lo frágil y poderosa que puede ser la infancia. También me trajo a la mente una de las realidades más complejas que enfrentamos quienes criamos en contextos de valores parentales diferentes: la necesidad de ofrecer estabilidad emocional en medio de una dualidad.

Criar desde dos hogares distintos —con estilos educativos y visiones del mundo que no siempre se alinean— representa un reto constante. A veces, esa diferencia se vuelve evidente en actitudes, comentarios o emociones que los niños traen consigo tras cambiar de entorno. Como padre, uno se convierte en un puente: entre lo que sucede en casa, lo que ocurre en la otra, y lo que sienten por dentro.

Entornos distintos, necesidades iguales

Rafa Guerrero, psicólogo especializado en apego, afirma que «no podemos controlar todo el entorno, pero sí podemos ser una presencia segura en los espacios donde influimos». Esta idea me ha guiado durante años. En un contexto donde no todos los adultos que rodean a los niños comparten los mismos principios, crear un espacio de seguridad emocional se vuelve esencial.

En mi caso, intento que los momentos compartidos estén marcados por el respeto, la empatía y la conexión emocional. No se trata de protegerlos del mundo, sino de ayudarlos a entenderlo. Por ejemplo, si ocurre un accidente cotidiano como derramar un vaso de agua, no recurro al reproche, sino a la colaboración: “¿Qué podemos hacer juntos para solucionarlo?”. Ese tipo de respuestas no solo evita que se sientan culpables, sino que les muestra que los errores son parte natural del aprendizaje.

Autoestima resiliente en tiempos de dualidad

Uno de los pilares que más intento cuidar es la autoestima. En medio de entornos distintos, los niños necesitan saber que su valor no depende de si hacen las cosas “bien” para uno u otro adulto, sino de quiénes son. Evito etiquetas como “eres bueno” o “eres el mejor”, y prefiero comentarios que reconozcan el proceso:
“Trabajaste con mucho empeño en ese dibujo, se nota que disfrutaste hacerlo”.

Permitirles tomar pequeñas decisiones y asumir responsabilidades también ha sido clave. Recuerdo una mañana en la que uno de ellos quiso preparar su desayuno. Aunque sabía que podía hacer un desastre, decidí supervisar sin intervenir. Cuando lo logró, vi en sus ojos el tipo de orgullo que nace de sentirse capaz, no de cumplir una expectativa externa.


Cuidar el vínculo con el otro adulto: por el bienestar de los niños

Criar desde la diferencia no significa competir, sino aprender a cooperar desde lo posible. Aunque a veces las tensiones aparecen, he comprobado que una comunicación respetuosa y neutral es la mejor herramienta. No para cambiar al otro, sino para reducir el impacto emocional que puedan vivir los hijos.

Cuando surge un desacuerdo, intento usar frases abiertas:
“¿Cómo podríamos manejar esto de una forma que beneficie a los niños?”
No siempre hay acuerdos inmediatos, pero la puerta al diálogo se mantiene abierta, y eso ya es una ganancia.

Eline Snel, autora de Tranquilos y atentos como una rana, recuerda que los niños son más felices cuando perciben que sus padres pueden trabajar juntos, incluso si no están juntos.


Una crianza constante, amorosa y realista

La realidad es que no podemos criar en un laboratorio emocional ideal. La vida real viene con contradicciones, límites, personas distintas, y estilos diversos. Pero dentro de esa imperfección está la oportunidad de mostrar a los niños algo valioso: que pueden confiar en su mundo emocional, que sus sentimientos importan, y que siempre tendrán un lugar donde ser escuchados sin juicio.

Al final del día, lo que más necesitan no es perfección, sino presencia. Un adulto que los vea, que los valide, y que les enseñe que el respeto comienza en casa… y con uno mismo.


Reflexión final

Criar entre dos mundos no es una tarea fácil, pero sí una oportunidad poderosa. Podemos enseñarles que la coherencia emocional se construye desde adentro, incluso si el entorno externo es cambiante. Que el amor, la empatía y la conexión no son teorías, sino acciones cotidianas que dejan huella.

Como dijo María Montessori, el mayor éxito no es enseñarles a depender de nosotros, sino acompañarlos hasta que puedan caminar con autonomía. Y si lo hacen con el corazón lleno de amor y autoestima, habremos cumplido con lo más esencial de la crianza.

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